Se busca un lector
A Eugenio Marrón, que ya se lo leyó todo.
El libro era una suerte de “híbrido”: tripa impresa en Risográfica y cubierta realizada en poligrafía. Como ilustración, una foto intervenida por filtros de tonalidades ocres y sepias, el título en caracteres oscuros, y con un mayor puntaje de letra, el nombre del autor, en un dorado que no llegaba a resultar agresivo para la vista. En lugar del complejo párrafo de presentación, o un prólogo de sucesivas páginas numeradas al estilo romano, el volumen era sugerido por cuatro opiniones de prestigiosos escritores del género.
El sitio seleccionado para el lanzamiento: una librería que compartía local con la sala de navegación de la Asociación Hermanos Saiz de la provincia. Desde mucho antes de la hora indicada, varios promotores trabajaban en la difusión del suceso a través de las redes sociales; pero cuando la editorial decidió incluir el título en su catálogo, en ese momento exacto, se establecieron las bases para una campaña promocional eficaz. La acción no se atascó en spots televisivos, impresión de pósteres, camisetas, calendarios y pegatinas, sino que se elaboró un profundo estudio de mercado, donde se contactaron a potenciales lectores y, literalmente, se les vendió el libro antes de la impresión, de manera que se contaba con una cifra significativa de ejemplares comprometidos para la primera tirada.
Un público heterogéneo comenzó a llenar el lugar: obreros, artistas, fotógrafos, periodistas, amas de casa, cuentapropistas, hackers, todos compartiendo espacio con la farándula habitual. Dos promotoras vestidas con las camisetas de la campaña ofrecían café y té. A la hora en punto de la presentación, el editor intercambió con los asistentes unas breves palabras y cedió los micrófonos al autor, quien abrió el texto en un sitio previamente marcado, y leyó durante unos minutos hasta alcanzar el clímax, entonces se detuvo. La voz del editor volvió a escucharse para apuntar que el mes siguiente la casa publicadora ofrecería el texto en formato epub, pdf, y doc, para diversos soportes electrónicos, con la posibilidad de efectuar compras online. El autor comenzó a estampar su firma en la página de dedicatorias, mientras las promotoras invitaban a un vino de tamarindo que emulaba con el auténtico champagne.
Los libros fueron despareciendo en portafolios, carteras, mochilas, bolsos tejidos, bolsillos, bajo el brazo, o entre las manos que los hojeaban con el nerviosismo propio del instante. Hubo quien no consiguió esperar, y allí mismo, en una de las butacas plásticas de la sala comenzó a zamparse la historia.
Hasta aquí la ficción. Confiesen que se les hizo agua la boca… ¿Qué indeleble muro nos aísla de este relato introductorio? Les invito a imaginar por unos minutos a esa criatura cada vez más esquiva, que nos contempla desde la otra orilla de la página: el lector; pero antes, revisitemos algunos términos que considero vitales para trazar las coordenadas del asunto en cuestión. En el mes de marzo de 1959 se inaugura la Imprenta Nacional de Cuba, que pone a disposición del público 100 000 ejemplares de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha, a precio de 25 centavos. En 1961 se desarrolló la Campaña de Alfabetización, orientada a la erradicación del analfabetismo en el plazo de un año. En 1962 surge la Editora Nacional (bajo la dirección de Alejo Carpentier), antecesora del Instituto Cubano del Libro. Producto de ese despegue editorial, hasta el 2008 se habían publicado en nuestro país 1 000 millones de ejemplares, dato que no contempla los libros de texto destinados a la educación. O sea, las bases para lo que denomino proceso de formación del lector, no solo estaban perfiladas, sino, sólidamente establecidas.
Entonces ha llegado la hora de ejecutar un viaje en el tiempo. Estamos en el último trimestre del 2014, y cumpliendo funciones de promotor, frecuento uno de los preuniversitarios de la localidad para realizar conversatorios sobre la lectura, y de paso, aplicar algunas de mis encuestas. Tras las exploraciones iniciales, descubro que muy pocos estudiantes compran más de dos libros al año, y que solo uno de cada treinta ha leído un título completo en los últimos seis meses. Únicamente en el 4% de las casas permanecen pequeños libreros familiares, y en cuanto al conocimiento de escritores cubanos, consiguen nombrar a José Martí, Onelio Jorge Cardoso y Nicolás Guillén. Autores, (como pueden apreciar) estudiados en clases. No me atreví a indagar en las señas de escritores contemporáneos y sus obras; en cambio, empleé su inocencia como pretexto para la creación de un espacio literario dentro del instituto. Por supuesto, mi bojeo en el pre, no es más que un estudio de caso, cuyos resultados no se podrían (¿no?) amplificar a escala nacional.
Activemos la visión de 360° antes de intentar responder las interrogantes que se relacionan a continuación: ¿Cuántos libros compra usted al año? De esos títulos que adquiere ¿cuántos realmente lee? Cuando va de vacaciones ¿coloca un texto dentro de su equipaje? ¿Tiene usted un librero? ¿Se ha detenido a observar cuánta gente lee en salones de espera, colas, ómnibus interprovinciales, o parques? ¿Le gusta leer? ¿Porque si o porque no? (Tómese el tiempo suficiente para cada respuesta). Me aventuro con una incógnita, que analizada a la ligera, podría tomarse como una evasión al conflicto que venimos tratando, y quizás sea cierto. ¿Qué leemos? La información de una línea de champú para cabellos secos y dañados, la factura de electricidad, los anuncios de los nuevos establecimientos de trabajadores por cuenta propia, la carta menú de una pizzería, la página deportiva de los periódicos, el muro de Facebook, los resultados de nuestras incursiones en Google, los SMS enviados a nuestro teléfono móvil, los mensajes en la bandeja nauta.cu, o las nuevas regulaciones aduanales.
Según Virginia Collera, somos más lectores que nunca; pero volviendo al grano, todavía me cuestiono lo siguiente: ¿Cuándo perdimos al lector de libros? Si se crearon las bases, y se ha sostenido el trabajo editorial por más de medio siglo, a lo que podemos agregar el impulso que constituyó la aparición dela Risográfica a partir del 2000, ¿qué ha sucedido con el lector? Esbozaré tres posibles causas, de las que ustedes naturalmente podrán disentir, pero por ahora acompáñenme.
- La situación originada por el Período Especial: redujo durante casi una década las capacidades editoriales y sus tiradas, debido sobre todo a la escasez de insumos. Además, fue durante esta etapa (hecho que algunos historiadores soslayan), cuando comenzaron a extinguirse las bibliotecas familiares que habían permanecido durante décadas, y contribuido con sus volúmenes (Editorial Progreso, la famosa Ediciones Huracán del Instituto Cubano del Libro, entre otras…) a la formación de generaciones de lectores. Los títulos procedentes de esos reductos de sabiduría, se vendían, se intercambiaban, o se convertían en cucuruchos para maní, o servilletas de apoyo para dulces caseros y confituras, mientras los estantes de madera eran aprovechados como combustible. Para paliar esta crisis se comenzaron a distribuir las conocidas como “bibliotecas familiares”, donde los clásicos, en formato tabloide, trataron de reemplazar a sus predecesores desaparecidos. Ya en el plano de la subjetividad, (si algo así puede considerarse subjetivo) no había tiempo para lecturas de disfrute.
- Déficit en la enseñanza de la literatura como parte de los planes de estudio. (Sin comentarios).
- Batalla entre el libro convencional y las modernas tecnologías por conquistar los espacios de ocio del hombre de nuestro tiempo. (Detengámonos, por favor, en este aspecto).
Según apuntan los estudios más recientes sobre el futuro del libro y la lectura, el lector del siglo xxi lo hará (lo está haciendo) desde un dispositivo electrónico, computadoras, tabletas, teléfonos móviles, o e-readers, con las facilidades de anotar, subrayar, añadir marcadores, compartir fragmentos en el muro de Facebook o comentar en Twitter, con acceso a videos, fotos, al blog personal del autor, y a comentarios y subrayados de otros que ya leyeron el mismo texto. Me quedo sin aire.
El libro tradicional está perdiendo protagonismo. Sus lectores se extinguen. ¿Qué hacer? Considero que vivimos en el tiempo propicio para que las editoriales cubanas comiencen a facilitar sus libros en formatos electrónicos, para que lancemos la primera librería online dela Isla, y de este modo, garantizar también la sobrevida del libro de papel, porque estaríamos contribuyendo a ampliar el círculo de lectores, y lectores, es siempre directamente proporcional a libros.
Mientras ubico las frases finales de este artículo, un amigo me envía a través de Facebook la portada de su más reciente cuaderno de poesía. Hago clic en Me gusta y acto seguido le pregunto: ¿Ya pensaste en el lector? Se produce un silencio enorme… Tal vez en ese cuestionamiento permanezca agazapada la causa número 4. ¿El meollo del asunto? ¿Cuándo fue la última vez que los escritores cubanos pensamos en el lector? Me apresuro a rematar con el punto final, se me acaba el espacio. ¿El lector? ¿Dónde está el lector?
Categoría: Artículos | Tags: Autores Cubanos | Escritores Cubanos Contemporáneos | Literatura Cubana
1 yosjan. 29|1|2015 a las 12:47
Excelente reflexión, teniendo en cuenta la opinión de Virginia Collera creo que es verdad que leo más ahora. En cambio añoro el buen libro en formato duro (de los cuales he leído pocos) por hecharle la culpa a la falta de tiempo, y, sobre todo, porque los mejores no los he conseguido en ese formato. El autor de este artículo me hizo recordar mi primer libro leído (completo): “Ascención al Annapurna”, precisamente de Ediciones Huracán (que nunca pensé fuera de Cuba). Diariamente leo mucho, Cubadebate, SMS, el chat, el e-mail y todo cuanto sitio tengo acceso. Es cierto que tengo más horizonte para disfrutar, pero sigo deseando buenos libros en formato duro. De cualquier forma es cierto, los tiempos cambian y hace falta pensar en modernizar las páginas literarias. Saludos.
2 Kamaz. 29|1|2015 a las 14:02
¿Cuántos libros compra usted al año?
Ninguno o usted no ha visto los precios que tienen
¿Tiene usted un librero?
Tengo 2 y llenos de libros maravillosos, amen de los profesionales que he leido una y otra vez pero todos editados antes de los 90 del pasado siglo porque después por mucho que nos duela hay cosas mas imprescindibles que comprar
3 Beatriz Torres Miliá. 6|2|2015 a las 12:31
hola. Me ha gustado su comentario. Muy realista por cierto. No se que pasa en estos tiempos en los que ya nadie se acuerda que existe un amigo mas que el propio ser humano. Nadie quiere viajar por la abastraccion. Todos prefieren vagamente aburrirse de los inutiles comentarios provenientes de las redes sociales e infiltrarse en el hegemonico mundo de las tecnologias…
4 Leandro Rodríguez Flores. 10|3|2015 a las 12:51
Muy interesante su opinión. estoy de acuerdo con todo lo planteado, lo que se hace necesario ahora es que se replique el contenido de este artículo y llegue a los oídos de las personas que elaboran las estrategias educativas , los programas de estudio y los currículos relacionados con la literatura. Es una lástima que nuestros jovenes no conozcan nada de nuestros clásicos ni de los universales.
Otro aspecto sería poder acceder a un e-reader para disfrutar de textos digitales. No creo que exista una estrategia coherente para masificar la lectura, y no parece tampoco que exista una estrategia para hacer llegar los clásicos modernos y antiguos a la población en general. Si se pudiera hacer eso, tal vez las Ferias del Libro no fueran tan lastimosas.
5 Omar Almaguer Guerra. 2|5|2015 a las 23:29
Es muy interesante advertir que el artículo se refiere a los lectores cubanos, principalmente a aquellos que perdieron la pasión o a los que no se formaron con ella. La solución podría ser un poco más difícil de la que se expone, por muchas razones, ¿cuántos cubanos lectores de libros tienen acceso a un dispositivo electrónico para específicamente leer un libro? ¿Cuántos cubanos lectores de libros tienen acceso a internet para acceder a ese libro? ¿cuántos cubanos lectores de libros no se han topado en una librería en La Habana un Cumbres Borrascosas de 30cuc o más? en fin, una de las soluciones ya está expuesta en el artículo (futurista pero es una solución), otras creo que deben venir de la mano de la generación perdida, esa generación que ocupa (supongo) un cincuenta por ciento o más de los lectores de toda la isla y se perdió en ese “plano subjetivo” donde “ya no había tiempo para lecturas de disfrute”, y las otras soluciones las ponemos nosotros (¿por qué no?) que somos la generación que no se debe perder (simplemente porque no tenemos justificación para perderla), viendo primero la película o la serie y luego leo el libro (mal hábito u opción incorrecta) y dándonos cuenta así, con ese mal hábito pero válido, que nunca el audiovisual podrá alcanzar el universo de la imaginación que nos produce el leer un libro. Mi solución particular es juntarnos con aquellos que están enfermos con ese terrible padecimiento de devorar libros y que ellos nos contagien y nos digan la fórmula para nunca curarnos.