Alberto Rodríguez Tosca:
Hacia los orígenes del porvenir
«Aquí comienza la enumeración de mis derrotas. Las que me propiné y me propinaron. Les ordeno marchar en fila india como bestias marcadas con broquetas de azufre a la vista de una horda de ángeles. Les tapo los oídos para que no se distraigan con la euforia de los triunfadores. Las beso en la boca para que se distraigan con mi beso mientras pasa la quinta columna de los hombres felices. Este lunes, mis derrotas y yo nos pusimos de acuerdo para mirarnos a los ojos. Ya nos estamos viendo, rozando con los dedos, casi amándonos a la sombra indiferente de un cielo en llamas: Amigos idos, cuerpos enfermos, espíritus en ruina, vinos baratos, endiablados alcoholes, heridas en la cara, lenguas traidoras, mujeres en fuga, puertas clausuradas, plegarias, miedos, hambres, fiebres, cansancios, filias, fobias, héroes, mártires, extravíos de fe, hojas en blanco, naves a la deriva, falsos poemas, entierros, destierros, nombres propios, recónditos adioses, mis 38 años, todas las tumbas: mi madre en una de ellas, y polvo, polvo, mucho polvo cayendo sobre la realidad como chispas de agua sin consagrar en un bautizo embrujado. Ya fueron despedidas todas las plañideras. No habrá lamentos pero habrá un gemido. Un solitario gemido de papel a la luz de dos lunas. La mía y la vieja luna del mundo sobre cuyas laderas se acuestan con la muerte todos los derrotados. Buenos días, siglo. Por fin nos encontramos. Ojalá no hayamos llegado tarde a la cita.»
Lo anterior es el texto del poema “Las derrotas”, escrito por ese nombre imprescindible de la poesía cubana que es Alberto Rodríguez Tosca. Y digo es, así en presente, porque aunque él haya muerto en la madrugada del miércoles 16 de septiembre de 2015 —de lo que me enteré a través de un correo del buen amigo Humberto Manduley—, para quienes le conocimos o simplemente fuimos sus fieles lectores, no cabe hablar en pasado de alguien que tan memorable literatura nos ha regalado.
En esa zona donde uno se guarda todo aquello que forma la memoria o, para ser más explícito aún, nuestra particular biblioteca cerebral, del decenio de los ochenta atesoro los decires de un grupo de poetas pertenecientes a mi generación y en el que figuraban, entre otros, Ramón Fernández Larrea, Teresa Melo, Sigfredo Ariel, Damaris Calderón, Omar Pérez, María Elena Hernández, Carlos Alfonso, y de manera muy especial Alberto Rodríguez Tosca o Tosquita, como se le solía decir en los predios de la emisora Radio Ciudad… Su libro Todas las jaurías del rey, Premio David de Poesía en 1987, resulta una obra fundamental del reino literario cubano de las últimas décadas, en virtud de su proyección de aguda y fina disquisición de índole filosófica, con textos signados por una intimidad poética explosiva y versos duros, estremecedores y profundamente dialogantes.
Fue Frank Delgado quien, en una de nuestras habituales charlas telefónicas, me informó que Alberto Rodríguez Tosca estaba ingresado en el Hospital Hermanos Ameijeiras, a causa de un cáncer en el hígado, ocasionado por los muchos alcoholes consumidos. El Ministerio de Cultura lo había traído a Cuba de regreso, desde Bogotá, Colombia (país donde residía desde 1994), gracias a las gestiones de Norberto Codina, a ver si el sistema médico cubano podía realizar un milagro y hacer algo por él, pero ya era tarde.
Al calor de la conversación con Frank, evoqué cuando en la segunda mitad de los ochenta se produjo la entrada de un nutrido grupo de noveles intelectuales para laborar como escritores o directores en la emisora Radio Ciudad de La Habana. Entre ellos estaban los ya aludidos Sigfredo Ariel, Frank Delgado y Ramón Fernández Larrea, y otros como Ernesto Fundora, Camilo Egaña, Alejandro Zayas Bazán, Alexis Núñez Oliva y Alberto Rodríguez Tosca, quien hizo toda una genuina creación de un programa que no recuerdo bien si se llamaba La casa de la nueva poesía cubana o Una hora de poesía en Radio Ciudad, pero que sí tengo claro era una verdadera joya radial por su factura, y que de inicio se transmitía los domingo a las nueve de la noche y luego pasó al horario de la tarde. Como parte del equipo de realización del espacio, acompañaron a Tosquita personal técnico de aquellos tiempos, como Gisela García, Marina Vicente y Eda Esquivel.
Por esos días yo aún no laboraba en Radio Ciudad…, pues entré a la emisora algún tiempo después como parte del equipo del programa Todoterreno S.A., pero visitaba con frecuencia la cabina y los estudios ubicados en el quinto piso de N 266, a veces como invitado a Pisando el césped, uno de los espacios que tenía mi hermano Bladimir Zamora en la emisora, o para encontrarme allí con alguna que otra amistad. No sé bien si fue en una de esas ocasiones o si tal vez sería en la Casa del Joven Creador, que en uno de los diálogos que sostuvimos, Rodríguez Tosca me explicó su teoría acerca de que la poesía se escribe desde la otra realidad. Quizá ello pueda ser entendido con solo leer textos suyos como el titulado “Los muertos y la luna”:
al milagro de vivir suma el milagro
de seguir viviendo no preguntes por qué
no preguntes conserva tu ignorancia
sobre la seducción de los escarabajos
nocturnos ladea el rostro y esquiva la mirada
de esos arqueólogos del conocimiento
compra un ramo de espinas y sale a repartirlo
cada peatón espera con ansia su pequeña
mordedura de plata no preguntes por qué no
preguntes simplemente camina y al filo
de la noche acércate a una vidriera contempla
fijamente tu rostro como si fuera de otro
(en realidad no es tuyo) ese otro sabrá explicar
lo que sucede después lava tus manos en todas
las pilas bautismales sécalas con el viento
no mires hacia atrás no mires camina
simplemente camina y ruega porque ningún
desprevenido reproduzca el juego (es peligroso
jugar cuando se borraron las reglas de antemano)
no preguntes por qué no preguntes lo que sólo
los muertos y la luna podrían responder.
O con este otro, denominado “Mi sombra y yo”:
No estamos para nadie mi sombra y yo. No estamos para el cobrador de impuestos, la prostituta, el argonauta, el ministro, el alienígena, el banquero, el bibliotecario, la viuda alegre, la monja, el cura, el pastor cuáquero, el hijo pródigo, el aprendiz de brujo ni para el último de los Mohicanos. No estamos para el Señor de los Anillos, el Corsario Negro, el dueño de las nubes, el cazador solitario, la voz de la conciencia, la mejor usanza, los días de guardar, el Ángel de la Jiribilla, los ratones de Hamelin, el Cardenal Masarino, Rómulo y Remo, Hansel y Gretel, Tristán e Isolda, Jonás y su ballena, San Jorge y su dragón. No estamos para el coleccionista de mariposas, el general de cinco estrellas, el soldado desconocido, el vendedor de Biblias, la niña, el parapléjico, el suicida, el borracho, el proxeneta, el médico de guardia, el terrorista talibán, el falso amigo, el jugador de póker, el corredor de bolsa, el contrabandista de huracanes. No estamos ni para Dios si llega con sus perros a llevarse mi sombra.
En julio del presente año, cuando nos reunimos los integrantes del consejo asesor de Ediciones Unión para discutir acerca del programa de libros planeados para 2016, tuve la inmensa alegría de escuchar que entre las propuestas de poesía estaba uno destinado a agrupar de forma íntegra la producción lírica de Rodríguez Tosca, es decir, que abarcaría lo comprendido en obras suyas como el ya aludido Todas las jaurías del rey, la plaquette Otros poemas (Premio Nacional de la Crítica, 1992), El viaje (Ediciones Catapulta, Colombia, 2003) y Las derrotas (Ediciones Unión, 2008). A propósito de este último libro, quiero reproducir un fragmento de su prólogo, escrito por el también notable poeta Rafael Alcides y que ayuda a comprender mejor la poética de nuestro eterno Tosquita:
“Aquí, en este catálogo de las breves semanas del hombre, en este poemario de fulgurantes imágenes, están todas las culpas, todas las dudas, todos los miedos, todas las melancolías, todo el infierno, en fin, está el hombre secreto que va con cada hombre en nuestro gran barco, ese hombre a veces cortés, servicial, siempre esperanzado pero, también, siempre temiendo, siempre extraviado. Estos versos llegan con un lenguaje renovador a traer algo nuevo a la Poesía, a abrirle nuevos caminos, a dotarla del salvaje y a la vez sagrado viento de cuaresma que inexcusablemente, por dondequiera que ella pase, ha de dejar sonando, batiendo, llevándose, cuando menos, los sombreros”.
Es ciertamente lamentable que nuestra prensa no se haya hecho eco del fallecimiento del artemiseño Rodríguez Tosca, sobre todo cuando se piensa en el amplio despliegue que los medios suelen otorgar a figuras de poquísima o nula valía desde el punto de vista artístico literario. Solo cabría afirmar que es más lamentable todavía que a estas alturas tengamos que seguir preocupándonos por cosas así. Pero esa es otra historia, y la mía de hoy ha sido evocar al poeta y narrador Alberto Rodríguez Tosca, un pequeño homenaje en el que he pretendido huir de las socorridas poses de solemnidad cuando se habla de un fallecido.
Si este acercamiento, fugaz recuento o repaso imposible de la vida y obra del escritor, se parece un poquito —aunque sea— a una invitación a la lectura de su obra, entonces podré darme por muy compensado o, para servirme de una imagen un tanto poética, con una piedra en el pecho.
Ahora, cuando pienso en los encuentros y conversaciones sostenidas con Tosquita en los pasillos de Radio Ciudad… o en la Casa del Joven Creador de la Avenida del Puerto, me doy cuenta de que entonces no nos percatábamos del momento que estábamos viviendo. Hoy sé que un día, cuando pasen los años y nosotros, los miembros de la generación (o degeneración, como diría Eduardo del Llano) de los ochenta, podremos contarle a los más jóvenes que allá entrefinales de la penúltima década e inicios de la última del siglo XX, estuvimos compartiendo con el escritor Alberto Rodríguez Tosca, una verdadera gloria de la literatura cubana, aunque muchos lo desconozcan.
A fin de cuentas, este fecundo creador, que trasciende el marco temporal y se remonta hacia los orígenes del porvenir, corrobora lo asegurado por Lezama Lima al decir: “Heidegger sostiene que el hombre es un ser para la muerte. Todo poeta, sin embargo, crea la resurrección, entona ante la muerte un hurra victorioso. Y si alguno piensa que exagero, quedará preso de los desastres, del demonio y de los círculos infernales”.
Y como verificación de que el poeta crea la resurrección, para concluir, una vez más vuelvo a los versos de Rodríguez Tosca, en este caso el poema titulado “Todos los días lo mismo”:
todos los días lo mismo levantarse
tomar café bañarse vestirse salir a
caminar lo mismo todos los días todos
lunes martes miércoles jueves viernes
la misma resurrección después de una
madrugada de muerte todos los días
saludar beber comer besar a una mujer
desear la del prójimo sentir envidia por
el que sonrió sábado domingo lunes
martes miércoles jueves pagar cuentas
hablar siempre de más despedir amigos
masturbarse con rabia vender el alma
al diablo negar asentir (no señor sí señor)
redactar burdas lamentaciones que no
conducen si no a todos los días lo mismo
burlar las leyes acatarlas sortear deudas
dudar mentir reír llorar huir pedir perdón
arrepentirse hojear la prensa arrepentirse
escuchar la radio arrepentirse (se acaba
el mundo) viernes sábado domingo vagar
como alma en pena por calles de otros
tropezar en ellas con lánguidos transeúntes
enceguecidos por la indiferencia del ser
la inmortalidad del miedo y la rueda dentada
de la repetición todos los días lo mismo
todos los días lo mismo todos los días.
Categoría: Artículos | Tags: Alberto Rodríguez Tosca | Carlos Alfonso | Damaris Calderón | María Elena Hernández | Omar Pérez | poesía cubana contemporánea | Poetas Cubanos | Sigfredo Ariel
1 paco. 16|11|2015 a las 14:41
Descansa en paz querido amigo, tu poesia siempre nos acompañara a tus amigos lectores para siempre