La literatura en los tiempos del cólera
“(…) Estoy contento porque hace un rato sentí la desgracia, y era como si fuese mía, como si sólo a mí me hubiera tocado y como si la llevara adentro y quién sabe hasta cuándo. Ahora la veo afuera, ocupando a otros; entonces todo se hace más fácil. Una cosa es la enfermedad y otra la peste.”
Juan Carlos Onetti en El Astillero.
Una mujer canta frente a un público modesto en un bar; un pintor exhibe en una galería de renombre; una bailarina sacude sus piernas y sus brazos sobre un piso frío, seguida del aplauso de miles; un escritor es silenciosamente leído o releído en distintos rincones del mundo. La cultura se esparece y vive de diversas formas. Hay en ella un sentido comunal, una especie de cultivo que nace y vive para una comunión de personas. Así, su existencia se hace epidémica: un amigo de un amigo comenta algo de un libro, el jefe de mi prima habla de la bailarina, el padre de un colega recomienda ir a ver a la cantante del bar, mi mamá opina sobre la obra de aquel pintor de la galería, y la cultura circula, se expande, se hace comunicación. Hoy en día, que todo transita por una expansión de medios que facilitan accesos y estiran la existencia de la cultura como un chicle para que llegue a todos los rincones, la epidemia cultural se convierte en algo indiscutiblemente real, pero ¿cuán real puede ser cuando en ese traspaso de cultivo se pierde una real comunión entre las personas?
En una entrevista a Mario Vargas Llosa, luego de que ganara el premio Nobel, le preguntaron cuál era su opinión acerca de la cultura y él dijo que la cultura es, día a día y cada vez más, una forma de entretenimiento. Y en esa palabra sencilla —hasta simpática— el escritor pintó un mundo más que tenebroso. Si se consulta la Real Academia Española, la primera acepción que allí aparece de la palabra “entretener” es: distraer a alguien impidiéndole hacer algo y es con esta acepción que nos quedaremos para el desarrollo de este artículo, ya que no puede encajar mejor esta definición para el mundo globalizado, perdido en la técnica, en el acelere, en la falta de real cultivo personal y en la constante búsqueda de confort y bienestar material. Aquí y ahora entretener es sinónimo de distraer. El entretenimiento, así, lo que hace es alejar al individuo de otra cosa, impedirle perderse en esa otra cosa, distraerlo, para quedar enganchado, amarrado a él.
Ahora bien, el entretenimiento como distracción no tiene nada de malo, no hay nada ni terrible ni dañino en tratar de que la vida pase de una manera más amena, llenándonos de distracciones que nos generen placer o buscando la diversión, pero de eso es muy capaz la cultura a secas, sin necesidad de que ésta se convierta, de buenas a primeras, en mercenaria de la —cada vez más en aumento— búsqueda enfermiza y frenética de paliativos que nos alejen de un mundo en decadencia, distrayéndonos de la verdadera esencia de las cosas, y también, de la posibilidad lúcida de poder luchar por ese mundo enclenque. El entretenimiento al distraer, impide. Le impide al individuo ir más allá y trascender esa oferta inmediata. A lo que se apunta es a pasarla bien sin real profundidad, a abandonarse a la inmediatez de las sensaciones. Cuanto más nos hacemos servidores de la técnica y el confort, más condenamos a la cultura a olvidarse de su real significado y a conformarse con la distracción, no haciéndola proliferar en una verdadera comunión entre individuos. Esta es una rápida síntesis sintomatológica de cómo el virus del entretenimiento asciende hacia las células de la cultura con su ácido nucleico de estupidez y superficialidad.
Dentro de esa cultura se halla, desde ya, la pobre literatura. Y digo pobre porque de todas las artes es la más silenciosa, la más solitaria y la que menos aplausos recibe. Nadie aplaude cuando termina de leer un libro. Definitivamente nadie les festeja las hazañas a Don Quijote y a Sancho tirándole rosas u ositos de peluche (mucho menos bombachas como las enloquecidas fanáticas de Sandro). Escribir, tanto como componer música o pintar o bailar o actuar o hacer cualquier otro tipo de arte, es sobre la fuerza y la existencia que ese individuo irradia y que contagia a los demás, dándoles algo de sí; por eso se quiere publicar, porque el que escribe no puede evadirse de lo más elemental: sacar de su fuerza existencial un cachito para el resto. Publicar no es (o al menos no debería ser) sinónimo de “hacerse famoso” o perseguir la fama o el “nombre” sino más bien, ofrecerse. ¿Qué punto tendría escribir para uno mismo nomás? ¿Qué punto tendría una Julieta enamorada de un Romeo recitando frente a un espejo eternamente? Quizá sólo para una necesaria catarsis (como dice Santiago Kovadloff: “escribir es corregir, todo lo demás es catarsis”); pero tampoco, porque la catarsis necesita siempre un público, infinitas voces del otro lado.
La escritura, si bien más silente y solitaria, es como todas las demás artes: necesita de su público, y porque necesita de su público (de ese que jamás podrá regalarle un aplauso) se hace inquieta, comunal. Busca la comunión con los demás desde la oscuridad de una birome y un papel y da siempre sin recibir. En la escritura escribimos todos. Y allí es donde se hace comunal y conjunta. Porque si hay algo que se dice de los escritores es que “roban”, y es verdad, robamos a lo Robin Hood: con una postura orgullosa y convencida, afincada en la idea del Bien. Tomamos cosas de afuera y cosas que vienen solas, de algún lado que no se comprende (de nuestro dios, es decir, de ese dios que todos los humanos llevamos encima todo el tiempo, traducido como fuerza, esencia, luz, o simplemente como dios). Y por eso, cuando uno roba (porque se roba descaradamente) de los demás y de los letreros de la calle, o del piso, o de las plantas o del olor, se puede decir que se escribe comunalmente.
La literatura es un animal silencioso y apabullante, que se mueve entre la maleza sin que se lo adivine, y que cuando menos uno lo espera, salta por su presa. Sin embargo, de a poco, con el transcurrir del tiempo y con el virus del entretenimiento ya implantado en la cultura, la literatura pasó de ser animal silencioso y apabullante a ser meramente un animal silencioso. Se convirtió en una joven inofensiva, acostada sobre un diván lindo y confortable, preciosa, eso sí, realmente hermosa, ataviada con las joyas más caras, pero siempre desarmada, inocua. La literatura es, hoy por hoy, una cuestión de imagen y mercado. Ya los escritores no escriben para comunicar, ni siquiera para sacarse algo de encima, parecen hacerlo porque lo pueden hacer bien, es decir, “soy realmente bueno (preciosista) en esto, lo hago”.
Hablo de los que pretenden hacer algo para una cultura supuestamente incontaminada. Ellos venden cientos, miles, millones de libros o venden muy pocos, hablan de cosas que la mayoría de sus lectores no entienden porque son escritores anacrónicos, que se quedaron con la bohemia y la idea del siglo XIX o principios del XX y no se dan cuenta de que, si quisieran hacer de la literatura algo verdaderamente no-inofensivo, empezarían por aprender el lenguaje vano y estupidizante de la actualidad, y desde ahí arponear, es decir, ir desde el barro hacia la perla (y no desde la perla hacia el barro). Hoy los que escriben no piensan más que en ellos, lo ofensivo o no de la literatura ni se lo plantean.
El cólera de nuestro tiempo en la literatura es esta cosa domesticada y poco profunda de la búsqueda absurda de yoísmo y de —en palabras de Mujica Láinez— autodifusión perpetuadora. Y en este estado de cosas, en estos tiempos de cólera morbo, la literatura (como parte de la cultura) acata las reglas de la epidemia, ya no cultural, sino perversamente entretenida: se muestra dócil, acotada, fácil, tilingona, y cada vez más inofensiva. El entretenimiento se encarga de enfermar todas sus células, de adueñarse de sus partes con una rapidez y una naturalidad increíbles, sin que surjan preguntas o malentendidos.
Entonces la literatura está complacida, cómoda, se siente bien, no batalla contra nada y, sobre todo, es muy bella, porque no está sola en la enfermedad. De alguna manera, está hermanada con todos los demás órganos de la cultura que también sufren del virus. Tal como nosotros, que nos hallamos holgados en la enfermedad del entretenimiento —porque sabemos que estamos todos— de una u otra manera, juntos en la misma peste.
Sobre la autora: Marina Burana (Ciudad de La Plata, 1986) es una escritora argentina en lengua inglesa, francesa y española. Ha publicado, en este último idioma los libros de cuentos A Merlina y De escritores y miserias, así como numerosos artículos en diarios y revistas. Actualmente vive en China.
Categoría: Literatura | Tags: Literatura | Mario Vargas Llosa | Santiago Kovadloff
1 Albert. 8|7|2011 a las 8:53
Toda la razon. La literatura y la cultura estan epidemicas y este texto es genial… Me gustaria leer otras cosas de la escritora.saludos!
2 raydel. 17|7|2011 a las 12:36
El cólera de nuestro tiempo estará domesticado en la literatura primermundista, donde la mentalidad globalizada se ha apoderado de las mentes de los ciudadanos y consumen cultura como consumen tostitos y beben cerveza Beck. En nuestras pobres naciones latinoamericanas la literatura sigue siendo tan salvaje como en los tiempos de García Márquez. ¿No ha leído la autora de este trabajo a Rodrigo Fresán? Pues podría empezar por ahí. Es mi opinión. Desde Nicaragua Raydel Inciarte.
3 Armando Camacho Costales. 19|7|2011 a las 14:37
No sé si generalizar sea uno de los fundamentos del error pero debe estar cerca…
Cuando pensamos y escribimos tendemos a creer que la opinión de uno es la Realidad. Incluso que la ficción es superior a la realidad. Me leí con placer el artículo de Marina, no entiendo cómo alguien con ese apellido piense que el entretenimiento necesariamente sea perder el interés en otros temas. Puede que una parte mayoritaria del mercado artístico –y los artistas o escritores- sea una especie de “peste”. Incluso que la mayor parte de los escritores no tengan nada que decir y solo escriban para imitar el estilo de sus maestros, o para ganar un premiecito. “Cólera morbo”…Prefiero a veces a Carmina Burana dixit:
bibit ista, bibit ille
bibunt centum, bibunt mille.
Raydel…Esas divisiones entre primer-mundista y tercer-mundista, no la creo. Primer mundista (California y Nueva York) es la escritura de Thomas Pynchon. Su literatura es tan salvaje cómo la de Felisberto Hernández. No sé deje engañar por las fronteras geográficas de los hombres, o sus idiomas.
Saludos
4 Armando Camacho Costales. 19|7|2011 a las 16:57
Marina Burana,
Igual que Albert, me gustaría leer “De escritores y miserias”. O quizá hacer todos juntos una lectura colectiva de Carmina Burana, escuchando a Carl Orff. Es que en La Habana hace una calor que incita al “cólero morbo” (evidentemente me gustó la combinación de palabras. Cómo se dirá en chino…
Saludos, y mis felicitaciones, reiterados por su artículo, y los comentarios.
5 Manu. 20|7|2011 a las 19:29
Sí,estoy de acuerdo con Albert. Me encanta la lucidez de esta escritora, y si bien es cierto q generalizar es odioso, no me parece que este lejos de la realidad su opinion.Adhiero totalmente con lo q dice respecto a la decadencia cultural,y creo q cuando habla de entretenimiento lo hace en un sentido mas profundo del que se entiende comunmente.Felicitaciones a la revista y a Burana!Abrazos desde Montevideo!
6 raydel. 21|7|2011 a las 0:51
“La literatura está complacida, cómoda, se siente bien, no batalla contra nada y, sobre todo, es muy bella, porque no está sola en la enfermedad”. Tal afirma la autora de este trabajo. No es cierto, opino yo, simplemente no es cierto. Se trata de un sofisma y a partir de ahí todo el edificio teórico que pretende levantar sobre esos falsos cimientos, se derrumba. La literatura latinoamericana contemporánea ni es bella, ni es cómoda ni está enferma. ¿De dónde saca la Burana tales conclusiones? Recomendaciones: leer atentamente a Liliana Heker y a Samanta Schweblin (sus compatriotas argentinas y, por demás, mujeres como ella); al chileno Rodrigo Fresán o al peruano Santiago Roncagliolo. Son apenas algunos ejemplos. La literatura que hacen es completamente explosiva, lacerante, dura. Nada de entretenimientos fugaces y acríticos. No obstante, todo mi respeto para la escritora, con la esperanza de que rectifique su errado punto de vista.
Armando Camacho Costales: la división primer mundista-tercermundista no la impusimos nosotros, sino los poderosos de la Tierra; está ahí, es un hecho. Thomas Pynchon o Paul Auster venden millonadas, en tanto Roberto Bolaño se murió sin conseguir un hígado para seguir creando. Saludos desde Nicaragua, Raydel Inciarte.
7 Armando Camacho Costales. 22|7|2011 a las 14:03
Raydel Inciarte, saludos…
Siempre es excelente la oportunidad que brindan estos sitios digitales de establecer una conversación virtual e inteligente sobre temas que nos apasionan, en éste caso la literatura como manifestación artística.
Primero, aunque como usted lo llama: los poderosos de la tierra quieran imponerme algo, la decisión de dejárnoslo imponer en todo caso es personal, individual. Yo, no me dejo imponer nada. Desde esas clasificaciones excluyentes de “primer”, “segundo” o “n+1” mundo. Tengo en mi PC una foto desde el espacio, y allí, ni se ven fronteras, ni diferencias. Siempre he pensado -y creído- que el arte tiene la posibilidad de unir más que dividir. Y que el talento, la diferenciación de la mediocridad, no es privativa de las diferencias. El arte -el talento extremis de hacerno más bella la existencia- no tiene fronteras, diferencias, ni nada de lo que el mercado y sus “gurus” tratan de hacernos creer. No creo exista ni el Primer, ni el Tercer Mundo. Con todo el (i)respeto que uno pueda tener por el economista Alferd Sauvy. (Además de que ya el segundo desapareció en las páginas olvidadas de la historia).
Eso que expresa es lo que intenté decir, que el mercado no tiene por que sacralizar una obra. La calidad no tiene por qué ser pobre o rica (monetariamente). Tan “salvajemente entretenidos” son los libros de Pynchon, cómo los de Felisberto Hernández (por una cuestión de proporcionalidad geográfica Nueva York – Montevideo). Tampoco me interesa cuantos libros vendan, lo que diga o no el mercado, me interea lo que me dicen a mi como lector de sus obras: que la experiencia humana casi no tiene limites que no sean los de la imaginación.
Saludos
8 Carolina. 22|7|2011 a las 19:29
A mi me parece que Marina esta en lo cierto. Si bien hay buena literatura, la literatura en general esta dormida. Lei a los autores de raydel y si,son majestusoso, me parece que lo que se dice en este articulo va mas alla de buenos libros o del “salvajismo”. Acoplada con la cultura, nada batalla realmente contra las garras del capitalismo y la estupidez del entretenimiento. Muy buen articulo. Felicitaciones.Abrazotes!Caro.
9 El Criticólogo. 23|7|2011 a las 14:22
Interesante este debate. También lo es el artículo de Marina Burana, que además se arriesga expresar su punto de vista, aún cuando sea muy generalista. Me parece bien que Burana quiera despertar y exigir más a la literatura contemporánea. Pero igualmente tienen razón Armando y Raydel cuando mencionan ejemplos contemporáneos de gran literatura. Ni blanco ni negro, creo yo. Todavía los apetitos del mercado no se han tragado la literatura al extremo de convertirla en pop corn. Ni en el Primer Mundo ni en Latinoamérica. Ahora mismo, además de Pynchon o Auster, hay otros autores de habla inglesa (Cormac Mc Carthy, Coetzee) que son extraordinarios, y españoles como Javier Cercas, Reig, Orejudo, Vila Matas, que son muy buenos. Y latinoamericanos ni hablar: Piglia, César Aira, Patricio Pron, Carlos Labbé, Zambra, Santiago Gamboa, Daniel Ferreira, Neuman y otros.
10 Armando Camacho Costales. 28|7|2011 a las 12:31
Hola, saludos a todos.
Más allá de un listado de autores que puedan o no salvarnos de “la peste” o la “enfermedad” del entretenimiento intuyo que lo esencial del debate desbordado por el presente artículo de Burana, se puede encontrar en lo que cito:
“Cuanto más nos hacemos servidores de la técnica y el confort, más condenamos a la cultura a olvidarse de su real significado y a conformarse con la distracción, no haciéndola proliferar en una verdadera comunión entre individuos. Esta es una rápida síntesis sintomatológica de cómo el virus del entretenimiento asciende hacia las células de la cultura con su ácido nucleico de estupidez y superficialidad”
Discrepo. Nunca antes la proliferación del confort o la técnica posibilitó una mejor comunión entre los individuos con intereses afines. Esos intereses pueden ser culturales, o no…Entretenidos o aburridos. Esta página: “Caimán Barbudo Digital”, acaba de regalarnos un excelente artículo de Jacques Rancière: “La política de la estética”. El discípulo de Louis Althusser se pregunta y se responde:
“¿Qué pasó con las formas disidentes del arte crítico?”
Recomiendo lo lean. Tiene algunas respuestas interesantes a las interrogantes que se plantea Marina Burana y hemos tratado de respondernos en este pequeño debate:
¿más condenamos a la cultura a olvidarse de su real significado?
¿Cuál real significado…? Puede que sea el “ real consenso” descrito por Rancière… O simplemente compartir esa posibilidad única de comunicarnos e interactuar a nivel social y en comunión de intereses. Un virus más maligno que la enfermedad o la peste de Onetti -más cercana a la de Camus- es la utilización de esas posibilidades humanas para promover el odio o el fundamentalismo en cualquiera de sus manifestaciones. Descreo tanto de las generalizaciones que desean adueñarse de las etimologías de las palabras, como de las deterministas y arrogantes generalizaciones teóricas. El significado del arte -entre millones de millones de significados- está promover la comunión entre los hombres, entre los hombres y el resto de la vida, y…(el resto es tan individual cómo lo es la apropiación de la obra artística).
Saludos
11 Sergio. 28|7|2011 a las 19:09
Creo que Burana esta muy acertada cuando habla de estas generaciones ultimas de jovenes escritores que solo piensan en la imagen de ellos mismos dentro de la literatura y no en el producto que fabrican o en los medios que utilizan para llegar a dicho producto.Generalizar o no…eso es parte de escribir un articulo, ¿no les parece?De todas formas, debo decir que las imagenes poeticas y ricas de esta escritora me han asombrado muchisimo. Gracias a la revista por compartirlas y por tener en general tan buenos articulos.