Mayonesa experimental: ¿una receta?
Todo es cuestión de técnica, como reza la salomónica sentencia atribuida a un boxeador cubano (un fake, probablemente), según la cual “la técnica es la técnica y sin técnica…”. En la preparación de una mayonesa casera, por ejemplo, la técnica no reviste el mismo peso que en la elaboración de la salsa mediante procesos industriales. Es un decir: en ambos casos se sobreentiende que se trata de emulsionar la materia grasa (el aceite vegetal) con la proteína que aporta el huevo (o la yema de este, de acuerdo con la fórmula escogida). Hay que dominar la técnica para cogerle “el punto”, aunque sospecho que a nivel doméstico el mecanismo intuitivo juega un papel preponderante.
Otra cosa son los componentes. Me explico: algunos autores culinarios (existen autores culinarios, por supuesto) recomiendan añadir, durante el proceso de batido de la(s) yema(s), un poco de vinagre (suelen preferirse los vinagres que se obtienen a partir de la fermentación de la uva y otros frutos). Pero el vinagre comercial, como se sabe —el que se vende en los agromercados en botellitas recicladas— constituye casi siempre una mezcla de ácido acético al 2%, cuya estructura molecular altera el sabor y textura del producto final (confirman los entendidos), por lo que se considera más seguro utilizar, como sustancia acidificante, el jugo natural de limón (el zumo, según nomenclatura adoptada por la mayoría de los estudiosos).
El resto es coser y cantar. Sal, azúcar a gusto, un poco de mostaza… Los hay que añaden sustancias emulsificadoras (no me hago una idea exacta de qué puede ser una sustancia emulsificadora) que ayudan a que las gotas de aceite se rompan a su vez en gotas de menor volumen y permanezcan en suspensión dentro de la molécula proteica. Como se deduce, para lograr una mayonesa de calidad se precisa trabajar con intuición y técnica.
¿Ocurre igual con la novela? En opinión de los redactores del Diccionario de la RAE (disponible en cualquier Encarta), la novela es ante todo una obra en prosa (¿y si alguno de sus capítulos incluye un poema?). En segundo término, la acción que en ella se narra tiene que ser fingida (¡qué fácil!) y, por último, su finalidad debe ser causar placer estético a los lectores (esto es más complejo). Los académicos de la lengua —incapaces de dar a torcer el brazo—, persisten en el arcaico requerimiento: producir placer estético. Según ellos no basta con escribir: hay que procurar que lo escrito resulte atractivo.
Una mayonesa, pongamos el caso, termina siendo más o menos agradable al paladar en consonancia con los elementos empleados para su confección. ¿El axioma puede hacerse extensivo a la novela? Una obra en prosa que narra hechos fingidos reportará mayor o menor “placer estético” en correspondencia directa con los ingredientes que el narrador elija para articular su historia. Pero no es todo; los escritores guardan una carta bajo la manga: la experimentación.
Así pues, si uno quiere preparar su mayonesa al tanteo, corre el riesgo de equivocar las proporciones y no alcanzar la consistencia apropiada. En pocas palabras: todo acabará en despilfarro. Lo prudente es ceñirse a la norma. En cambio, la literatura es siempre un ejercicio de prueba y error. No basta repasar los manuales ni poseer talento ni aprender la técnica en talleres sucesivos. Dosificar los recursos no asegura el éxito, no hay receta infalible y para colmo una pandilla de vejetes con aire doctoral la caga y se pronuncia por satisfacer al lector: ¡cuánta arrogancia!
En literatura experimentamos todo el tiempo. Desde la Ilíada. Algunas novelas son más experimentales que otras. Ulysses de James Joyce fue escandalosa en su tiempo (dicen que Finnegans Wake lo fue más, al extremo de que para muchos continúa siendo incomprensible).
Toda experimentación es loable. Me explico: algunos autores literarios (existen autores literarios, por supuesto) recomiendan fusionar géneros, como cimiento estético sobre el cual levantar un edificio expresivo capaz de modernizar los códigos. No hay creador que no sueñe con ello: renovar, ser novedoso. Tanto se ha usado (y abusado) el término, que no hay artista contemporáneo que se precie de tal y que no haya fusionado algo. En música (el cubano es un pueblo musical) se fusiona todo el tiempo reggaetón con salsa, reggaetón con timba, reggaetón con merengue…
En literatura (el cubano es un pueblo literario) también se fusiona. Narraciones poéticas y poemas narrativos. Recién se ha publicado una novela en verso (en décima, para ser justos). Los diseños son variados y para entrar en detalle se requeriría una investigación a fondo. Los paradigmas de la experimentación son múltiples. Vale todo, como el título de aquel pésimo culebrón televisivo. Es posible, no solo fusionar, sino trocar la estructura argumental (imagino a Vallejo despedazando los sonetos de Trilce). Retozar con los diálogos y su discurso diegético hasta inducir niveles de confusión maravillosos. Dislocar el esquema actancial, ¿por qué no, si se trata de un esquema? Modificar la cansina sintaxis española, porque, en definitiva, el idioma es dialéctico, texto en estado puro. Y así.
En el acabose de la partenogénesis escritural pueden hallarse auténticas joyas en la narrativa cubana de la última década. Legna Rodríguez Iglesias (poeta y narradora nacida en Camagüey en 1984) mereció el Premio Fundación de la Ciudad de Matanzas en 2011 por Mayonesa bien brillante (novela, Ediciones Matanzas, 2012). Entre sus numerosas audacias se encuentra un memorable capítulo catorce resumido en el dicho: “Bueno, bueno, le dijo la mula al freno”, o algo parecido. No recuerdo si el animal siguió caminando. A mediados de los años 70 del siglo pasado, la frase pasaba mucho tiempo en boca de Apolinar Matías, “el recio cazador”, compañero inseparable de Guaitabó en La flecha de cobre. Suerte de ser viejo y recordar esas cosas.
El escritor dominicano en lengua inglesa Junot Díaz ha expresado en una entrevista reciente1 que “la literatura es una tarta cada vez más pequeña que hay que repartir entre muchos”. La imagen de un pote de mayonesa me resulta más gráfica. La literatura es un pote de mayonesa cada vez más democrático que hay que compartir con muchos. ¿Que cada quien la adereza a su antojo? La respuesta esta vez puede no estar flotando en el viento, sino en el extremo más controversial de todos, al que los fastidiosos académicos insisten en atribuir cualidades de apreciación y goce estético.
NOTA
1. Publicada en el diario español El País:
(http://elpais.com/elpais/2013/04/29/eps/1367237169_171617.html)
Categoría: Reseña de libros | Tags: César Vallejo | Ediciones Matanzas | Experimentación | James Joyce | Legna Rodríguez Iglesias | Libros | Literatura | Mayonesa | Novela | Premio Fundación de la Ciudad | Trilce | Ulysses
1 TOMY ONE. 13|6|2013 a las 14:00
Mi estimado Leopoldo , voy a ver si consigo esa novela pues vivo en Matanzas y en una libreria que tenemos hay un estante de ediciones Matanzas , me has intrigado con tal novela y solo me queda leerla para entender algo porque con el articulo solo me quedo en babia , no se no de que trata ????
2 Leopoldo Luis. 14|6|2013 a las 0:25
Esa es en definitiva nuestra intención: invitar a la lectura. Que la gente lea, disfrute (o no) el libro y saque sus propias conclusiones.
3 Evelin Queipo. 27|9|2013 a las 15:21
Me gusta la reseña de Mayonesa bien brillante, creo que además de incitar a la lectura de la novela, se ofrece información variada que le da un tono menos caricaturesco a la reseña, pues muchas de las que uno lee por ahí son un completo aburrimiento. generalmente tratan de teorizar demasiado sobre el texto u ofrecen información vacua. bien por Leopoldo Luis y estoy en espera de que la novela de Legna llegue a nuestras librerías camagüeyanas.